Julio 1971: Así imaginaban nuestro mundo “computado” Julio 1971: Así imaginaban nuestro mundo “computado”

Las compus no eran tan nuevas hace medio siglo, pero sin mouse ni internet, la mirada sobre ellas nos resulta tan sorprendente como entre tierna e ingenua.

La tecnología y las personas son como los matrimonios, la mitad de lo que ocurre después de la boda uno lo había imaginado, la otra mitad no pudo adivinarla –para bien o para mal– ni en los sueños más locos.

Leer esta nota, escrita a principios de la década de los 70 del siglo pasado, por Peter White es volver o conocer un mundo en que las computadoras personales no solo no existían, sino que eran impensables (entonces había no más de 100.000 computadoras en todo el planeta).

La extrañeza aumenta cuando las palabras software, hardware, spam o red no aparecen en ninguna parte, y cuando un televisor conectado a una computadora, y que acepta que se dibuje en su pantalla (como si fuera una tablet Wacom), parece la entrada a un cuento maravilloso.

Aún así, se presentan intuiciones notables que se han cumplido: el teletrabajo, la reuniones por zoom y el machine learning. Visitemos un pasado que hoy se nos aparece más fantástico que el presente.


¿Cuándo llegó la revolución de las computadoras?

Después de un año de estar observando de cerca las computadoras (lo que hacen ya y lo que se espera que hagan pronto), debo decir que son en verdad “tremendas”: que inspiran temor, nos aterran, resultan excesivas, impresionan por su solemnidad, imponen miedo reverente o profundo respeto y son majestuosas en grado sublime.

Mi primer descubrimiento fue que las computadoras, sin darme cuenta, se han convertido ya en un hecho aceptado en mi vida diaria. Una de ellas hace los cargos y los abonos de mi cuenta bancaria. Si marco cierto número de teléfono, la voz de una computadora me contesta: “El número que usted marca ha cambiado. Ahora es el…” Las computadoras mandan también mi cuenta de teléfono y llevan la memoria de los cargos por las llamadas a larga distancia.

Interruptor conectado o desconectado. En este punto me puse a pensar en las computadoras mismas. Son máquinas que transforman la información. Aunque eso parezca sencillo, aquí está la base de su poder tremendo. La información que les llega (en forma de números, letras, símbolos y

hasta imágenes gráficas) se puede disponer de modo que represente una enorme variedad de cosas. Y se puede hacer que los números, letras o símbolos que salen de ella sirvan para ejecutar, muchas veces sin el auxilio humano, una enorme capacidad de actos.

Hay algo más que debemos recordar: la computadora transforma la información por medio electrónicos. Para que la máquina haga eso, al información que le entra se debe poner, ante todo, en una forma que el aparato pueda captar. En la mayoría de las computadoras actualmente en uso los datos se transcriben en el llamado código binario, por virtud del cual un número cualquiera o una letra del alfabeto se expresa exclusivamente con los dos dígitos 0 y 1 (…) De esta forma se suman, se restan, se dividen o se comparan entre sí; en resumen, se procesan (...) Y como todo esto se ejecuta por lo que es fundamentalmente conexión y desconexión de impulsos electrónicos, la labor de esta máquina (la más asombrosa que ha construido el hombre) se ha bautizado con el modesto título de “procesamiento electrónico de datos”.

Como un juguete. Buscando un ejemplo de este procesamiento electrónico de datos, tomé el coche y me fui a comprar una hamburguesa a la tienda de una cadena de cafeterías. La cajera aprieta un botón y salta mi cuenta: 55 centavos. Al marcar el botón correspondiente, la señorita ha enviado también impulsos electrónicos a una computadora instalada a más de seis kilómetros de distancia. A la mañana siguiente esta máquina suma el total de hamburguesas vendidas el día antes en todas las tiendas de la cadena, resta ese total del número de piezas que hay que en el almacén general que surte los expendios, compara el resultado con el número de hamburguesa que se espera vender ese día y emite una orden impresa con las piezas que los camiones repartidores deben entregar en cada tienda. Los fabricantes de automóviles emplean el mismo sistema para no quedarse sin las piezas que necesitan.

En el Instituto Tecnológico de Massachusetts un decano adjunto me llevó ante una mesa de trabajo equipada con una pantalla de televisión, un teclado y una “pluma luminosa”, todo ello conectado a la misma computadora .

Julio 1971: Así imaginaban nuestro mundo “computado”

“Tome la pluma y dibuje, por ejemplo, un rompecabezas de cubos en la pantalla”, me dijo. “Al pasar la pluma sobre ella, aparecerán líneas luminosas. Cuando esté usted satisfecho con su dibujo, apriete este botón para que se almacene la imagen en la memoria de la computadora”. Empecé a hacer, por así decirlo, el modelo de un conjunto de cubos.

“Ahora observe usted lo que va a pasar”, me pidió el decano. “Puede ordenar que sus cubos se hagan mayores o más pequeños. Los puede cambiar de forma y hacerlos girar para verlos desde diferentes perspectivas. Puedo disponerlos como quiera y puedo borrarlos”. Y así lo hizo. Jamás había visto yo un juguete más fantástico.

“De la misma forma”, siguió explicándome el decano, “podemos crear el modelo de algo que queramos construir, como una escuela o una intersección de autopistas. Después inscribimos en la máquina el informe de las condiciones materiales del lugar, los requisitos de ingeniería, las consideraciones de tipo humano y muchos factores más que afectan a nuestro proyecto. La computadora los calcula todos y podemos modificar el modelo de acuerdo a los resultados: añadir

partes, suprimirlas, cambiar algunas, calcular los efectos de la obra y los costos. Simulamos cosas que pueden ocurrir para encontrar la mejor elección y tomar la decisión más conveniente. Con esta máquina tenemos un novísimo instrumento para hacer cosas que antes nos estaban vedadas y explorar muchísimas posibilidades”.

Algo propio. ¿Y qué nos traerá el futuro? “Individualización por computadora, entre otras cosas”, dice el profesor Joseph Weizenbaum, del Instituto Tecnológico de Massachusetts. “Me refiero a técnicas de producción en masa aplicadas a fabricar artículos por encargo. ¿Le gusta a usted el esquí y la numismática? El semanario al que está suscrito le traerá muchas noticias de esquí y de monedas, además de la información general. Pero el ejemplar de la revista que reciba esa misma semana su vecino traerá muchos informes que no vendrán en el suyo: de filatelia y pesca, si eso es lo que a él le interesa. Para la computadora, esa diferenciación no será un problema. Ya puede usted advertir ahora un anticipo de lo que le digo, si observa nuestra industria automovilística…”

Y es cierto. En los talleres de montaje de la Oldsmobile, en Lansing (Michigan), ningún coche que sale de la línea se parece al siguiente (…)

Haciendo, aprenden. ¿Qué más nos espera? Tal vez llegue el día en que el empleado de oficina trabaje en su casa, en un despacho para el suministro de datos a una computadora y la recepción de resultados de ella. Si quiere ver algún documento de los archivos de la compañía, escribirá la orden en su teclado y aparecerá el documento en la pantalla de televisión. Si desea consultar algo con sus compañeros, apretará botones y los interpelados aparecerán en el televisor. Para dictar una carta, “conectará” con la oficina y domicilio de su secretaria, quien escribirá en un teclado la carta, cuyo texto se reproducirá en la oficina central para el archivo, y en el conjunto de la correspondencia del día.

Las computadoras serán más grandes y veloces; ya se está construyendo una que en capacidad rivalizará con todas las computadoras juntas que hay actualmente en el mundo. Pero, para mí, más que el aumento de tamaño y la rapidez me intriga el programa que está en marcha para construir lo que se ha llamado una inteligencia artificial. En el Instituto Stanford de Investigación, de Menlo Park (California), vi un robot animado por una computadora que ejecutaba actos y tomaba decisiones por su cuenta, y “aprendía” sobre la marcha eliminando de sus consideraciones todos los “caminos” electrónicos que le habían hecho dar respuestas equivocadas. Me dijeron que esos autómatas podrían preceder a los hombres en la exploración del fondo del mar o de los planetas; y que con sus oídos microfónicos podrían oír los sonidos de frecuencias imperceptibles para los seres humanos; y sus ojos (cámaras de televisión) verán objetos iluminados con las solas ondas infrarrojas del espectro.

Herbert Grosch, investigador de la Oficina Nacional de Normas de los Estados Unidos, dice así: “Muchas máquinas ya pueden deducir una información totalmente inesperada, valiéndose de procedimientos que el constructor no puede predecir del todo. Cuando una máquina complicada se programa para que aquilate su propio funcionamiento según ciertos criterios que se le suministran, puede determinar que algunos de esos criterios no tienen valor, y otros, en cambio, son más importantes de lo que se supuso en la programación inicial. El programador humano no

puede saber qué variaciones sufrirá el valor de los diversos criterios. Solo sabe que da a la máquina la capacidad de valorarlos”.

En función de sistemas. Así pues, hoy son muchas las personas serias, y con títulos que abonan sobradamente su competencia, para quienes no es improbable que algún día las computadoras, programadas con sentimientos y aun con valores morales, decidan basándose en esos sentimientos y esos valores, así como en datos que perciban sus órganos sensorios. Y, a propósito, es ya cada vez más hondo el temor de que la tecnología de las computadoras lesione al individuo y cercene libertades personales (Atenta a los “bancos de datos computarizados” que están estableciendo en todos los niveles del Gobierno, la Academia Nacional Norteamericana de Ciencias patrocina un estudio, que abarca toda la nación, de los problemas que eso plantea para la intimidad del individuo y la legitimidad de los procedimientos).

Jerome Wiesner, presidente del Instituto Tecnológico de Massachusetts, ha dicho que el potencial de las computadoras para beneficiarnos si se usan bien, o para perjudicarnos si se abusa de ellas, es algo que excede nuestra capacidad de imaginación. Lo peor sería que se convirtieran en instrumento de tiranía. ¿Y lo mejor? Que pueden inducir al hombre a ver el mundo con nuevos ojos.

Llamemos a eso “visión de sistemas”, si se quiere elaborar un modelo aprovechable para computadora de un proceso complicado y real, hay que reunir primero un volumen determinado de hechos que ocurren en ese proceso: del ciclo vital de la langosta; del auge y decadencia de las ciudades; de la dinámica económica. El modelo terminado nos debe ayudar para que decidamos si queremos más langostas, o ciudades más saludables, o una economía más saneada. Pero su mayor valor no está en esa guía concreta que nos proporciona, sino en la comprensión que adquirimos al indagar los factores que intervienen en un proceso complicado y siempre cambiante.

En resumen, la forma habitual de pensar solo en función de causas y efectos (concepción newtoniana o mecanicista) queda sustituida por una nueva consciencia: la de muchas causas que en la realidad producen constantemente efectos variados, en sistemas dinámicos y complejos en sumo grado.

Parece que las computadoras serán tan comunes, y las tomaremos como algo tan natural, que no hablaremos tanto de ellas como de “computar”, lo mismo que ya no hablamos tanto de automóviles como de ir en automóvil a alguna parte. Cuando llegue ese día, cuando veamos el mundo en función de sistema, descubriremos quizá que hemos sufrido una revolución intelectual comparable a las que introdujeron Galileo o Darwin.

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